La sala de cine de Borges 1975

 

BORGES 1975 PRESENTA EL CURSO DE DALE CINE

WERNER HERZOG, ¿VER PARA CREER O CREER PARA VER?

Curso dictado por Sergio Zadunaisky en Palermo.

Auspicia Borges 1975, el espacio de libros, teatro, sala de ensayo, cine en pantalla grande, restó bar. Para conocerlo te invitamos a entrar en https://www.facebook.com/Borges1975Bar/?pnref=story.

Inscripciones en [email protected] o llamando al 154 178 2080.

Dinámica de trabajo:

Análisis con proyección de fragmentos de películas y documentales en pantalla grande.

Fecha de inicio: Jueves 8 de junio, 20 a 21.30 horas

Lugar: “Borges 1975”, Palermo

Duración: 4 clases. Frecuencia semanal

Inscripción en [email protected] |154 178 2080

 Se pide a los inscriptos que en lo posible vean las películas antes de cada uno de los encuentros, ya que de las mismas veremos solamente algunas escenas para su análisis.

Herzog durante el rodaje de «Rescue Dawn».

“Intentar ponerle etiquetas a Werner Herzog sería como tratar de cazar elefantes con un matamoscas. El legendario director alemán es alérgico a las definiciones y lleva cuatro décadas (y un lustro) huyendo de las respuestas, obsesionado, en cambio, por las preguntas. La indefinición, la mezcla, el desborde de géneros y así, sin pausa, hasta llegar a las mismísimas montañas de la locura (que diría Lovecraft), le han servido para convertirse en uno de los cineastas más respetados por los buscadores de rarezas y uno de los creadores más orgullosamente singulares de la historia del séptimo arte.

Su currículo no deja de ser curioso, definido por las vicisitudes de su infancia y las extrañas relaciones con su entorno, a las que el realizador atribuye su posterior ansia por el descubrimiento, esencialmente a través del viaje, del mundo en el que vive.

Herzog nació el 5 de septiembre de 1942 en Munich pero pronto se vio viviendo en un pueblecito austriaco, alejado de las penurias que sufrían las grandes ciudades del país en la Segunda Guerra Mundial. Así, aunque el niño no tenía todo lo deseable, no puede decirse que lo pasara mal. Ya de bien joven el futuro director decidió que quería decir algo y que quería hacerlo cámara al hombro, y con ese propósito empezó a rodar con lo que tenía a mano. Desde el primer minuto Herzog huyó de epítetos e injerencias, y pronto dejó claro que lo del «nuevo cine alemán» le interesaba más bien poco, que al realizador sólo le interesaban dos cosas: el cine y el propio Herzog”.

(Extracto de una nota del diario El País, de España).

Programa

Clase 1 (8 de junio, 20 horas)

Introducción a la obra y vida de Herzog

 

Qué fue el llamado “Nuevo Cine Alemán”, movimiento al que Herzog  adhirió a fines de los sesenta. Directores más representativos. Proyección de fragmentos de filmes de Herzog, Wim Wenders y Rainer W. Fassbinder).

Proyección de “La Soufriere” (trabajo hecho para la televisión y documentales relacionados con su obra (“Yo soy mis filmes” y “Mi enemigo íntimo”).

Clase 2

 “Aguirre, la ira de Dios” (Aguirre, Des Zorn Gottes, 1972)

La unión entre el megalómano director de cine Werner Hrzog y el inimitable actor de carácter Klaus Kinski dio como resultado un destacado lote de películas. Aguirre, la ira de Dios (Aguirre, der zorn Gottes, 1972), probablemente sea entre ellas la mejor obra fruto de su conflictiva colaboración, basada en una relación amor-odio realmente productiva (al efecto, ver el ilustrativo documental Mi enemigo íntimo, que refleja la peculiar relación entre los excéntricos Herzog y Kinski).

Fundamentalmente, se trata de una obra de contrastes desmesurada y fascinante. Haciendo uso de un estilo casi de documental, con cámara inquieta y dinámica, ofrece unas impactantes imágenes que consiguen transmitir credibilidad, realismo, como si el espectador estuviera muy próximo a lo que ocurre hasta llegar a verse involucrado en una historia dramática y épica de tintes dementes.

 

“Nosferatu, vampiro de la noche” (Nosferatu: Phantom der Nacht, 1979)

Nosferatu, versión Herzog, es uno de los más insólitos y fascinantes experimentos dentro de una trayectoria no precisamente parca en ellos: el estudio–homenaje a una de las obras seminales del cine alemán como marco para un bellísimo paseo romántico por el amor y la muerte. Espectral y estilizada, Nosferatu retoma el romanticismo presente en el clásico expresionista de Murnau de 1922.

Herzog construye su Nosferatu en base a una figura inherente al movimiento romántico, los sueños. En un enfoque cercano a los cuentos de Hoffman, la realidad y la imaginación se confunden a partir del momento en que Jonathan penetra por las puertas de castillo ruinoso; el tiempo se dilata en la vigilia, y las vivencias de éste invaden los sueños de  Lucy (Isabelle Adjani), regidos por la imagen premonitoria de un murciélago en la noche.

Película oscilante entre la concienzuda recreación y la relectura personalizada del film original, Nosferatu, versión Herzog, tiene, también, algo de carta de defunción de la modernidad cinematográfica: no sólo por la decisión de convertir a Drácula, el Mal absoluto y todopoderoso, en una criatura atormentada por la soledad de su eternidad (lo que, en cierto modo, lo acerca a los personajes en los márgenes de la sociedad que pueblan el cine de Herzog y enriquece, paradójicamente, el imaginario romántico del film) o el hecho de que al final el doctor Van Helsing (Walter Ladengast) sea detenido por la policía, acusado del asesinato del conde, sino, sobre todo, por el sacrificio baldío de Lucy, que no impide la transformación de Jonathan en un vampiro que se pierde en el horizonte decidido a propagar el Mal.

 

 Clase 3

 “Fitzcarraldo” (Idem, 1982)

 

Cuenta Werner Herzog que la mayor inspiración para el guión de Fitzcarraldo no se encuentra —como cabría pensar— en la vida de Carlos Fermín Fitzcarrald, magnate del caucho que cruzó su barco por la selva desmontándolo en catorce piezas, sino en el mito de Sísifo. Según Homero, Sísifo, presa de recias torturas en el infierno, movía «un peñón monstruoso y, apoyándose en manos y pies, empujaba su carga hasta el pico de un monte; mas luego, llegado ya a un punto de dejarla en la cumbre, la echaba hacia atrás su gran peso» .Si bien Sísifo movía la piedra como castigo por sus crímenes en vida, en el filme de Herzog, las motivaciones de Fitzcarraldo para su hercúlea misión son notablemente distintas. Y es que la épica de Fitzcarraldo no es la de un condenado, sino la de un artista. Es la épica de Werner Herzog. En este filme, más que en cualquier otro de los que haya rodado hasta la fecha, Herzog encuentra en su personaje protagonista -interpretado por su habitual Klaus Kinski- un perfecto alter ego. Recordemos: ‘Fitzcarraldo’ es la película en la que Klaus Kinski encarna a un utópico empresario del caucho que sueña con erigir un teatro de ópera en Iquitos, en plena selva amazónica de Perú, sólo para que Enrico Caruso cante en él. Es la película en la que un barco real es alzado por la ladera de un montículo por una tribu de indígenas. Es la película, también, en la que los actores enfermaron y se amotinaron, en la que las inundaciones arruinaron el equipo una vez tras otra. Es la película que Herzog estuvo a punto de abandonar mil veces, pero que completó. «De ahí salió algo realmente valioso», recuerda hoy el director. «No quiero recordar todo el dolor que me causó, sino el acontecimiento glorioso que significó. Es un trabajo que ha ayudado a mucha gente a creer en sus sueños y a hacerlos realidad pase lo que pase».

 “Grizzly man” (Idem, 2005)

Grizzly Man nos cuenta la vida de Timothy Treadwell, un ecologista y documentalista que durante 13 veranos convivió voluntariamente junto a los osos pardos de Alaska, conocidos en inglés como Osos Grizzly y cuyo nombre biológico es Ursus arctos horribilis: horribles osos del norte.

Durante cinco años de esos trece años, Timothy se filmó a sí mismo y al entorno que había elegido para vivir. Largos monólogos frente a cámara, mayormente autoreferenciales y patéticos (Herzog comentará en un momento que para Timothy el lente de la cámara se había convertido en una especie de confesionario), se mezclan con declaraciones de amor a los osos y diatribas contra la raza humana. Herzog los edita junto a imágenes testimoniales de los padres de Timothy, amigos, biólogos, una ex novia, una pareja de ecologistas y él mismo opinando en off sobre las imágenes que estamos viendo. Con este material, el director alemán evita los lugares comunes del biopic (película de biografía sobre un personaje o un hecho histórico) para adentrarse en los vericuetos del alma y la psiquis humana,

El documental, retrata a Treadwell como un hombre profundamente perturbado, completamente desconectado de la realidad, que prefiere vivir con los osos para no enfrentar sus demonios internos, sus complejos y contradicciones.

No obstante, si lo era o no, poco importa. A Herzog lo que le interesa el retrato de un ser atormentado que huye de una sociedad en la que no encaja, y que trata de sublimar sus problemas con el subterfugio de una lucha por sus ideales, en este caso, la protección de los osos pardos.

 Clase 4

 “Encuentros en el fin del mundo” (Encounters at the end of the world, 2008)

 

“¿Por qué un animal tan sofisticado como un chimpancé no usa a los seres inferiores? Podría sentarse en el lomo de una cabra y avanzar hacia la puesta de sol” se pregunta un Herzog obsesionado con desnudar al ser humano, deshaciéndolo de todas sus máscaras, al inicio de Encuentros en el fin del mundo, su última película (una producción televisiva, como The Wild Blue Yonder). De la curiosidad generada por unas misteriosas imágenes grabadas en el océano que yace bajo el hielo antártico nace lo que será una búsqueda de los orígenes de la humanidad y de respuestas a las pregunta de nuestra existencia (como no podía ser de otra manera en una película herzogiana, la naturaleza surge como esencial).

En esta exploración visualmente sensacional, Herzog viaja a la estación antártica de McMurdo, sede central de la Fundación Nacional de Ciencia y hogar de más de un millar de personas durante el verano austral (octubre-febrero). Durante su viaje, el director examina tanto a la naturaleza humana, como a la Madre naturaleza, yuxtaponiendo unas localizaciones impresionantes con las profundas, surrealistas y a veces absurdas experiencias de los biólogos marinos, físicos, fontaneros y conductores de camión que han elegido formar una sociedad tan alejada como sea posible de la nuestra. 

“La cueva de los sueños olvidados” (Cave of forgotten dreams, 2010)

Además de haber dirigido dentro de la ficción épicas como Fitzcarraldo o Aguirre, la ira de Dios y de haber incursionado en el cine norteamericano con películas como la remake de Un maldito policía , el director alemán Werner Herzog se ha dedicado a viajar por el mundo para filmar notables documentales sobre personajes exóticos, genios creadores, osos, la vida en la Antártida, historias absurdas construidas con imágenes submarinas o espaciales y hasta temas de fuerte impacto político como la pena de muerte.

En una de sus tantas travesías, tuvo el honor (y la responsabilidad) de poder acceder por primera vez con una cámara (en este caso, pensada para la exhibición en tecnología 3D) a la cueva Chauvet-Pont-d’Arc, en el sur de Francia, donde en diciembre de 1994 se descubrieron bellísimas pinturas rupestres de hasta 32.000 años.

Lo que en principio daba para un documental pintoresco y de espíritu didáctico (nació como un encargo para History Channel), termina siendo en manos de ese gran director que es Herzog no sólo la minuciosa investigación que podía esperarse sino también una aventura apasionante, un hermoso viaje cinematográfico y una inteligente reflexión de alcances filosóficos y espirituales sobre la existencia humana, el legado de nuestros antepasados y la manera en que nos vinculamos y recuperamos nuestra propia historia. (Diego Battle, La Nación).