HERZOG NO SE RINDE!: Análisis de “Nosferatu” y “Aguirre, la ira de Dios”

Clases dictadas por Sergio Zadunaisky sobre el gran realizador alemán en Palermo.

Auspicia “Borges 1975”, libros, teatro, sala de ensayo, cine en pantalla grande, restó bar: https://www.facebook.com/Borges1975Bar/?pnref=story

Dinámica:

Ilustración con proyección de fragmentos de películas en pantalla grande.

Actividad Arancelada

Inscripción en [email protected] |154 178 2080

El inefable Klaus Kinski en «Aguirre, la ira de Dios»

“Intentar ponerle etiquetas a Werner Herzog sería como tratar de cazar elefantes con un matamoscas. El legendario director alemán es alérgico a las definiciones y lleva cuatro décadas (y un lustro) huyendo de las respuestas, obsesionado, en cambio, por las preguntas. La indefinición, la mezcla, el desborde de géneros y así, sin pausa, hasta llegar a las mismísimas montañas de la locura (que diría Lovecraft), le han servido para convertirse en uno de los cineastas más respetados por los buscadores de rarezas y uno de los creadores más orgullosamente singulares de la historia del séptimo arte.

Su currículo no deja de ser curioso, definido por las vicisitudes de su infancia y las extrañas relaciones con su entorno, a las que el realizador atribuye su posterior ansia por el descubrimiento, esencialmente a través del viaje, del mundo en el que vive.

Herzog nació el 5 de septiembre de 1942 en Munich pero pronto se vio viviendo en un pueblecito austriaco, alejado de las penurias que sufrían las grandes ciudades del país en la Segunda Guerra Mundial. Así, aunque el niño no tenía todo lo deseable, no puede decirse que lo pasara mal. Ya de bien joven el futuro director decidió que quería decir algo y que quería hacerlo cámara al hombro, y con ese propósito empezó a rodar con lo que tenía a mano. Desde el primer minuto Herzog huyó de epítetos e injerencias, y pronto dejó claro que lo del «nuevo cine alemán» le interesaba más bien poco, que al realizador sólo le interesaban dos cosas: el cine y el propio Herzog”.

(Extracto de una nota del diario El País, de España).

Se pide a los participantes que en lo posible vean las películas antes de cada uno de los encuentros, ya que de las mismas veremos solamente algunas escenas para su análisis.

Clase 2

«Aguirre, la Ira de Dios»

“Aguirre, la ira de Dios” (Aguirre, Des Zorn Gottes, 1972)

La unión entre el megalómano director de cine Werner Hrzog y el inimitable actor de carácter Klaus Kinski dio como resultado un destacado lote de películas. Aguirre, la ira de Dios (Aguirre, der zorn Gottes, 1972), probablemente sea entre ellas la mejor obra fruto de su conflictiva colaboración, basada en una relación amor-odio realmente productiva (al efecto, ver el ilustrativo documental Mi enemigo íntimo, que refleja la peculiar relación entre los excéntricos Herzog y Kinski).

Fundamentalmente, se trata de una obra de contrastes desmesurada y fascinante. Haciendo uso de un estilo casi de documental, con cámara inquieta y dinámica, ofrece unas impactantes imágenes que consiguen transmitir credibilidad, realismo, como si el espectador estuviera muy próximo a lo que ocurre hasta llegar a verse involucrado en una historia dramática y épica de tintes dementes.

“Nosferatu, vampiro de la noche” (Nosferatu: Phantom der Nacht, 1979)

Nosferatu, versión Herzog, es uno de los más insólitos y fascinantes experimentos dentro de una trayectoria no precisamente parca en ellos: el estudio–homenaje a una de las obras seminales del cine alemán como marco para un bellísimo paseo romántico por el amor y la muerte. Espectral y estilizada, Nosferatu retoma el romanticismo presente en el clásico expresionista de Murnau de 1922.

Isabelle Adjani y Klaus Kinski en «Nosferatu»

Herzog construye su Nosferatu en base a una figura inherente al movimiento romántico, los sueños. En un enfoque cercano a los cuentos de Hoffman, la realidad y la imaginación se confunden a partir del momento en que Jonathan penetra por las puertas de castillo ruinoso; el tiempo se dilata en la vigilia, y las vivencias de éste invaden los sueños de  Lucy (Isabelle Adjani), regidos por la imagen premonitoria de un murciélago en la noche.

Película oscilante entre la concienzuda recreación y la relectura personalizada del film original, Nosferatu, versión Herzog, tiene, también, algo de carta de defunción de la modernidad cinematográfica: no sólo por la decisión de convertir a Drácula, el Mal absoluto y todopoderoso, en una criatura atormentada por la soledad de su eternidad (lo que, en cierto modo, lo acerca a los personajes en los márgenes de la sociedad que pueblan el cine de Herzog y enriquece, paradójicamente, el imaginario romántico del film) o el hecho de que al final el doctor Van Helsing (Walter Ladengast) sea detenido por la policía, acusado del asesinato del conde, sino, sobre todo, por el sacrificio baldío de Lucy, que no impide la transformación de Jonathan en un vampiro que se pierde en el horizonte decidido a propagar el Mal.