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ESTE SÁBADO 12 DE MARZO A LAS 20 DALE CINE TE INVITA A VER “LA ANGUSTIA CORROE EL ALMA” (RAINER W. FASSBINDER, 1974)

Duración

93 minutos

Sinopsis

En un café al que acuden los trabajadores inmigrantes, Emmi Kurowski, una viuda de unos sesenta años, conoce a Salem, un marroquí treintañero. Inducido por la dueña del bar, Salem invita a Emmi a bailar, hablan, la acompaña a casa y, al día siguiente, se queda a vivir con ella. Esta relación provoca un gran escándalo, y las vecinas visitan al propietario del edificio para denunciar a Emmi. (FILMAFFINITY)

Todos los otros lo llaman Alí es una película que aquí en Buenos Aires se conoce como La angustia corroe el alma, y está entre mis películas preferidas de uno de mis autores preferidos: Rainer Werner Fassbinder. Y que quizá sea una película “vieja”, y muchos no la hayan visto, pero para mí cobra mucha importancia en estos momentos de mi vida. Me acuerdo de la primera vez que la vi: fue en el año 1979; con un grupo de compañeros habíamos creado un espacio, una suerte de cine club en la Manzana de las Luces, donde proyectábamos películas en 16 mm, como era lógico en esa época. Teníamos problemas de seguridad y todas las películas que nos ofrecían las embajadas (de Alemania y Francia) eran supervisadas por el director de la Manzana, que en ese momento era Luis Camilión. Era un tipo de un comportamiento político dudoso pero con cierta sensibilidad, y nos dejó proyectar Todos los otros lo llaman Alí. La verdad que la primera vez que la pasamos (en ese momento yo era el más chico del grupo y, por supuesto, el proyectorista), quedamos shockeados por esa historia sencilla: una criada, viuda y solitaria, se casa con un joven trabajador inmigrante. Fassbinder retrata con compasión la soledad de la pareja mostrando cómo logran salvarse el uno al otro de sentirse despreciados por la sociedad y por la propia familia y las amigas de ella. Además de la soledad, comparten la mansedumbre que suele resultar de la opresión. Es una película de una ternura tremenda, una historia provocadoramente simple, simplificada, o sea verdadera. Al verla no pude dejar de compararla con las películas de Douglas Sirk, hacedor de historias sencillas y en armonía, no pensadas “para producir para el público” sino para morir en brazos del público. A veces en este país a los directores tratan de convencernos y nos dicen qué es lo que deberíamos filmar o elegir como tema para agradar al público; generalmente comedias o algún otro género que resulte convocante. Yo no creo en esa fórmula del éxito, yo creo en este tipo de películas que hablan de las minorías, de los marginales, de seres presionados desde el exterior que se defienden y cierran fila en defensa de sus problemas, olvidándose de sus propios conflictos para resolverlos después, en la intimidad.

La película posee escenas memorables, como cuando Emmi anima a sus amigas a tocar los bíceps de su marido, o las escenas dentro de esa casa enorme y la pequeñez de ella y su soledad; las discusiones con sus hijos y su yerno (actuado por el propio Rainer) en el momento en que éste de pura bronca patea el televisor cuando Emmi les cuenta de su nuevo amor. La charla con sus compañeras de trabajo (todas trabajan en la película como empleadas domésticas), y muchas otras.

Fassbinder hacía gala de una vista de lince para detectar grietas en la lustrosa superficie de prosperidad que imperaba en Alemania durante los años del Milagro Económico. Me acuerdo de una conversación que tuve con un amigo alemán hace dos años, en Stuttgart. Caminamos a eso de las dos de la mañana buscando un lugar donde comer algo caliente y estaba todo cerrado, cuando de casualidad encontramos una pizzería, cuyos dueños eran unos turcos muy simpáticos que nos cocinaron unas pizzas a la piedra exquisitas. Mientras cenábamos, mi amigo me dijo: “¿Sabés quiénes les dieron de comer durante más de cuarenta años a los alemanes? Los turcos. ¿Sabés quiénes les limpiaron el traste y les lavaron la vajilla a los alemanes? Los moros”. Automáticamente pensé en Fassbinder y en Alí.

En todas sus películas, Fassbinder parece abrazar los protocolos catárticos de la ficción sobre la base de una vampirización sexual. Muchas de sus películas son una especie de sustitutivos del amor, y justamente él, que quiso hacer gobernable y previsible la violencia, se topó con la sombra de un cuarto a oscuras y el miedo a la utopía. Una verdadera lástima que Fassbinder nos haya abandonado tan joven.

Sergio Bellotti dirigió hasta ahora tres películas: Tesoro mío, Sudeste y La vida por Perón. Actualmente está abocado a la preproducción de los documentales Cárceles argentinas y el largometraje Romance de un gaucho.

La angustia corroe el alma
(Alemania. 1973. Color) Duración: 93 minutos.
De Rainer Werner Fassbinder. Con: Brigitte Mira (Emmi), El Hedi ben Salem (Alí), Barbara Valentin (Barbara).

Rainer Werner Fassbinder

Fassbinder nació en Bad Wörishofen (Baviera) el 31 de mayo de 1945 y murió en Munich el 10 de junio de 1982. En su prolífica obra (40 películas en 15 años) trató la soledad, la desesperación, los conflictos de identidad e innumerables pasiones sexuales e historias de amor no correspondido de personajes enmarcados en distintos momentos de la Alemania del siglo XX y en casi todas las clases sociales: burgueses, comerciantes, obreros, inmigrantes, intelectuales. A su narrativa ya de por sí argumentalmente audaz se superpuso un riesgo formal desarrollado en colaboración con su cámara Michael Ballhaus (que más tarde trabajaría en Hollywood junto a directores como Scorsese).

Parte de su “programa estético y moral” fue heredado de Douglas Sirk, gran referente del melodrama hollywoodense, a quien llegó a conocer personalmente. Primero vio una retrospectiva de sus films hacia 1971; luego lo visitó en su casa en Lugano, Suiza. En sus charlas con él, Sirk lo convenció de que debía hacer un cine más popular, “como las de Hollywood, pero sin la hipocresía ni los trucos sentimentalistas, presentando las historias de la manera más fría, intelectualizada y distanciada”. La angustia corroe el alma homenajea de manera directa a Imitación de la vida y Lo que el cielo nos da, dos de los títulos fundamentales de Sirk (más tarde, el director Todd Haynes homenajearía también a Sirk, así como a La angustia…, de Fassbinder, en Lejos del paraíso).

Ganadora de dos premios en el Festival de Cannes, se la considera una de sus obras más poderosas. Se rodó en apenas dos semanas, planificada como un “ejercicio” para completar entre los rodajes de sus films Martha y Effi Briest. La angustia… está interpretado por quien era en ese momento la pareja de Fassbinder, El Hedi ben Salem, que se suicidó en la cárcel ocho años después.

odos los otros lo llaman Alí es una película que aquí en Buenos Aires se conoce como La angustia corroe el alma, y está entre mis películas preferidas de uno de mis autores preferidos: Rainer Werner Fassbinder. Y que quizá sea una película “vieja”, y muchos no la hayan visto, pero para mí cobra mucha importancia en estos momentos de mi vida. Me acuerdo de la primera vez que la vi: fue en el año 1979; con un grupo de compañeros habíamos creado un espacio, una suerte de cine club en la Manzana de las Luces, donde proyectábamos películas en 16 mm, como era lógico en esa época. Teníamos problemas de seguridad y todas las películas que nos ofrecían las embajadas (de Alemania y Francia) eran supervisadas por el director de la Manzana, que en ese momento era Luis Camilión. Era un tipo de un comportamiento político dudoso pero con cierta sensibilidad, y nos dejó proyectar Todos los otros lo llaman Alí. La verdad que la primera vez que la pasamos (en ese momento yo era el más chico del grupo y, por supuesto, el proyectorista), quedamos shockeados por esa historia sencilla: una criada, viuda y solitaria, se casa con un joven trabajador inmigrante. Fassbinder retrata con compasión la soledad de la pareja mostrando cómo logran salvarse el uno al otro de sentirse despreciados por la sociedad y por la propia familia y las amigas de ella. Además de la soledad, comparten la mansedumbre que suele resultar de la opresión. Es una película de una ternura tremenda, una historia provocadoramente simple, simplificada, o sea verdadera. Al verla no pude dejar de compararla con las películas de Douglas Sirk, hacedor de historias sencillas y en armonía, no pensadas “para producir para el público” sino para morir en brazos del público. A veces en este país a los directores tratan de convencernos y nos dicen qué es lo que deberíamos filmar o elegir como tema para agradar al público; generalmente comedias o algún otro género que resulte convocante. Yo no creo en esa fórmula del éxito, yo creo en este tipo de películas que hablan de las minorías, de los marginales, de seres presionados desde el exterior que se defienden y cierran fila en defensa de sus problemas, olvidándose de sus propios conflictos para resolverlos después, en la intimidad.

La película posee escenas memorables, como cuando Emmi anima a sus amigas a tocar los bíceps de su marido, o las escenas dentro de esa casa enorme y la pequeñez de ella y su soledad; las discusiones con sus hijos y su yerno (actuado por el propio Rainer) en el momento en que éste de pura bronca patea el televisor cuando Emmi les cuenta de su nuevo amor. La charla con sus compañeras de trabajo (todas trabajan en la película como empleadas domésticas), y muchas otras.

Fassbinder hacía gala de una vista de lince para detectar grietas en la lustrosa superficie de prosperidad que imperaba en Alemania durante los años del Milagro Económico. Me acuerdo de una conversación que tuve con un amigo alemán hace dos años, en Stuttgart. Caminamos a eso de las dos de la mañana buscando un lugar donde comer algo caliente y estaba todo cerrado, cuando de casualidad encontramos una pizzería, cuyos dueños eran unos turcos muy simpáticos que nos cocinaron unas pizzas a la piedra exquisitas. Mientras cenábamos, mi amigo me dijo: “¿Sabés quiénes les dieron de comer durante más de cuarenta años a los alemanes? Los turcos. ¿Sabés quiénes les limpiaron el traste y les lavaron la vajilla a los alemanes? Los moros”. Automáticamente pensé en Fassbinder y en Alí.

En todas sus películas, Fassbinder parece abrazar los protocolos catárticos de la ficción sobre la base de una vampirización sexual. Muchas de sus películas son una especie de sustitutivos del amor, y justamente él, que quiso hacer gobernable y previsible la violencia, se topó con la sombra de un cuarto a oscuras y el miedo a la utopía. Una verdadera lástima que Fassbinder nos haya abandonado tan joven.

Sergio Bellotti dirigió hasta ahora tres películas: Tesoro mío, Sudeste y La vida por Perón. Actualmente está abocado a la preproducción de los documentales Cárceles argentinas y el largometraje Romance de un gaucho.

La angustia corroe el alma
(Alemania. 1973. Color) Duración: 93 minutos.
De Rainer Werner Fassbinder. Con: Brigitte Mira (Emmi), El Hedi ben Salem (Alí), Barbara Valentin (Barbara).

Informes y reservas: [email protected] / 154 178 2080

Actividad Arancelada / Capacidad Limitada