“La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas.” ALBERT CAMUS
Un hombre está disfrutando de un caramelo en un momento de éxtasis, una voz en off le pregunta si está comiendo uno extra fino, el hombre asiente, la voz ahora le pide uno, a lo que el hombre se niega, la voz vuelve a la carga con su pedido, el hombre saca un arma, le pega un tiro, y continúa deleitándose con su bocado. (Publicidad de Bonafide que Claudio y su familia ven en un momento de la película).
Rojo habla de la Argentina de los setenta, un año antes del golpe militar de 1976. Su historia, íntima, doméstica, con formato de policial, atraviesa de manera oblicua la turbulencia que se vivió en aquella época en todo el país. Hay un abogado de un pequeño pueblo, Claudio (Darío Grandinetti) que una noche tiene un incidente con un comensal en una fonda del lugar. El hecho cobra virulencia hasta que el molesto cliente es echado del local. Llega luego la mujer de Claudio (Andrea Frigerio) cenan y al irse, se topan en el camino con aquel personaje que había sido expulsado, que ahora saca un arma, apunta a la pareja pero decide suicidarse aunque no muere, su respiración aún se oye. Claudio deja a su mujer en su casa y parte al desierto con el cuerpo agonizando en el asiento trasero del auto. Frena. No hay nadie salvo ellos dos. La respiración del herido corta la noche. Claudio, que pensaba llevarlo a un médico, decide dejarlo morir en el suelo, abandonándolo. Todo este momento remite al clima de algunos de los filmes de los hermanos Coen (Simplemente Sangre, De Paseo a la Muerte, Sin Lugar Para los Débiles). Cuando el día comienza a levantarse, Claudio parte a su casa. Una elipsis de tres meses muestra a nuestros personajes siguiendo con su rutina habitual, aunque lo ocurrido tiempo atrás vuelve cada vez con más fuerza sobre la vida de nuestro protagonista, encerrandolo.
La década del setenta en la Argentina se encuentra magistralmente registrada en la historia de Naishtat. Dentro de un clima de aparente cordialidad, cada quien trata de sacar provecho del otro, buscando sacar ventaja en situaciones trágicas y si es necesario, recurrir al apriete y a la violencia. La figura del desaparecido como hecho real o metafórico (la escena del comienzo de la película con gente común saqueando una casa sin sus dueños o la del mago que en uno de sus trucos hace desaparecer a una asistente de su espectáculo), la entrada de un policía chileno para investigar la enigmática ausencia del hombre del bar, que marca la feroz presencia de la dictadura chilena de Pinochet en el continente, el beneplácito con que son recibidos unos “vaqueros norteamericanos” en suelo nativo, recibidos casi como héroes o el discurso de una maestra en un colegio, hablando de los valores, la familia y lo mal que le hace la política a nuestra sana gente que solo quiere paz.
En Rojo, el estilo del director tiene un fuerte anclaje estético en la época retratada, utilizando recursos visuales propios de los setenta (zoom marcado, congelado de algunas de las imágenes), también hay citas al western y por supuesto, al policial y al film noir. La banda de sonido es maravillosamente utilizada y la dirección de arte, la fotografía y las actuaciones son sobresalientes.
La historia queda en el espectador mucho tiempo después de abandonada la sala y seguramente la mayoría tuvo la desgraciada suerte de ser testigo y partícipe de esos oscuros tiempos, las huellas preexistentes se marcarán aún más.